miércoles, 30 de octubre de 2013

Fortaleza


"El fuerte no busca ser herido, no busca el sufrimiento, sino el bien."



Cuando se presenta ante la persona un bien difícil de conseguir, pueden despertarse en ella diversas pasiones: la esperanza, la audacia, el temor y la ira.

La virtud de la fortaleza, junto con la paciencia y la perseverancia, la magnanimidad y la magnificencia, encauza adecuadamente estas pasiones para fortalecer a la voluntad en su búsqueda y consecución del bien a pesar de las dificultades. Gracias a esas virtudes, los bienes difíciles se convierten en posibles de conseguir.

Con la virtud de la Fortaleza, adquirimos la firmeza para resistir y rechazar todos los peligros graves, todas las virtudes te llevan a ser firme y estable.



Es importante advertir que el fin de la fortaleza no consiste sin más en superar o vencer dificultades, sino en alcanzar el bien cueste lo que cueste. No es mejor el que más sufre, sino el que se adhiere con más firmeza al bien.
Ser fuerte o valiente quiere decir realizar el bien haciendo frente a las dificultades. Pero se puede hacer frente de dos modos: atacando o resistiendo. Acometer y resistir para vivir y realizar el bien son los momentos decisivos del ejercicio de la virtud de la fortaleza.

El acto más propio de la fortaleza es resistir. Esto no quiere decir que resistir posea un valor más alto que atacar, ni que sea más valiente el que resiste que el que ataca, sino que la situación en la que se muestra la verdadera esencia de la fortaleza es aquella en la que la única posibilidad que le queda a la persona es resistir.


La fortaleza sólo es virtud cuando se apoya en el conocimiento objetivo de las propias fuerzas y, en consecuencia, pide y confía en la fortaleza de los demás y en la ayuda de Dios.
En sí misma, la fortaleza es una virtud insuficiente. Para que alguien esté dispuesto a sufrir por y para alcanzar el bien, primero tiene que saber cuál es el bien. De ahí que la prudencia sea condición de la fortaleza.

La paciencia es dominio de uno mismo.

La perseverancia es la virtud que permite persistir en la realización del bien hasta el final, soportando la duración en todos los actos de virtud. La perseverancia no debe confundirse con la pertinacia o terquedad, que es el vicio de quien se obstina en no ceder y seguir adelante cuando la prudencia aconseja no hacerlo.



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