lunes, 11 de abril de 2016

Felices los que saben amar.





Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse.
















Felices los que saben distinguir una montaña de una piedra,  porque evitarán muchos inconvenientes.


Felices los que saben descansar y dormir sin excusas, porque llegarán a ser sabios.


Felices los que saben escuchar y callar, porque todos los días aprenderán cosas nuevas.


Felices los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.


Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán permanentemente fuente de alegría.


Felices los que saben mirar seriamente las pequeñas cosas y tranquilamente las cosas importantes, porque llegarán lejos en esta vida.


Felices  los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desaire, porque su camino estará lleno de sol.


Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible.


Felices ustedes si saben callar y ojala sonreír cuando se les quita la palabra, se les contradice o les pisan los pies, porque el evangelio comienza a penetrar en su corazón.


Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás, aún cuando las apariencias sean contrarias. Serán tomados por ingenuos, pero es el precio justo de la caridad.


Felices sobre todo, ustedes,  si saben reconocer  al señor en todo lo que encuentran,  entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.


 

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