Nadie
piense que se trata de convertir la casa en un convento. La oración ha de ser
tan sencilla como cualquier actividad doméstica. Debe empapar el alma con la
misma naturalidad con que la lluvia fina esponja la tierra. Una ocasión muy
apropiada es el momento de irse a dormir.
Muchos reconocerán el bullicio que se organiza
en una casa con varios hijos en este momento. Victoria Gillick es una madre de
diez chiquillos que tuvo en jaque a las autoridades británicas de la salud que
pretendían entrometerse en la educación de sus hijos. En su apasionante libro
Relato de una Madre, lo cuenta de un modo jovial y entrañable: “¡Crack, crack!
Sonaba la señal de alarma: eran dos taconazos que daba yo en la escalera junto
con la declaración final: «Os advierto, niños, que si en cinco minutos no
estáis en la cama, ¡ay del que sea cogido!» Se producía entonces arriba un
frenesí de actividad; todos salían de estampida hacia el cuarto de baño,
todavía sin puerta, y se oía un rumor de quejas y codazos de quienes no querían
quedarse atrás. Yo volvía al fregadero de la cocina y me ponía a lavar, segura
de que al menos la mayoría se metería pronto en cama. (...)¡Plon! ¡Plon! ¡Mamá
está subiendo las escaleras de dos en dos! ¡Rápido, rápido! Alguno no ha
conseguido meterse en cama en el tiempo señalado.
Alguno
se ha despistado, se ha puesto a soñar despierto o se ha dedicado a cuchichear
ruidosamente. Mamá llega y coge el huesudo cuerpo del más cercano. El sonido del cachete provoca un
murmullo de regocijo entre todos los otros en medio del crujido de los muelles
de las camas y el roce de las mantas. «¡Te lo advertí!», dice ella. Se hace de
nuevo la paz, y se anuncian las oraciones.
Los
niños se sientan, algunos se levantan de la cama y se arrodillan junto a la
puerta; los pequeños simplemente colocan el borde de las sábanas bajo la
barbilla y escuchan complacidos. Me arrodillo en el rellano de la escalera y
comienzo: «Jesús, María y José; Dios nos bendiga y nos guarde a todos seguros y
sanos...» Sigue entonces la letanía de los nombres de cada uno, lista que ha
ido alargándose con los años. Y después un Avemaría, la oración al Ángel de la
guarda y un acto de contrición. Al final, la oración de San Ignacio: «Dar y no
pedir el precio, trabajar y no buscar la paga...». Siempre merece la pena decir
estas cosas”.
Fuente:
Catholic.net
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