miércoles, 8 de enero de 2014

Oraciones de la noche.


Nadie piense que se trata de convertir la casa en un convento. La oración ha de ser tan sencilla como cualquier actividad doméstica. Debe empapar el alma con la misma naturalidad con que la lluvia fina esponja la tierra. Una ocasión muy apropiada es el momento de irse a dormir.




 Muchos reconocerán el bullicio que se organiza en una casa con varios hijos en este momento. Victoria Gillick es una madre de diez chiquillos que tuvo en jaque a las autoridades británicas de la salud que pretendían entrometerse en la educación de sus hijos. En su apasionante libro Relato de una Madre, lo cuenta de un modo jovial y entrañable: “¡Crack, crack! Sonaba la señal de alarma: eran dos taconazos que daba yo en la escalera junto con la declaración final: «Os advierto, niños, que si en cinco minutos no estáis en la cama, ¡ay del que sea cogido!» Se producía entonces arriba un frenesí de actividad; todos salían de estampida hacia el cuarto de baño, todavía sin puerta, y se oía un rumor de quejas y codazos de quienes no querían quedarse atrás. Yo volvía al fregadero de la cocina y me ponía a lavar, segura de que al menos la mayoría se metería pronto en cama. (...)¡Plon! ¡Plon! ¡Mamá está subiendo las escaleras de dos en dos! ¡Rápido, rápido! Alguno no ha conseguido meterse en cama en el tiempo señalado.

 

Alguno se ha despistado, se ha puesto a soñar despierto o se ha dedicado a cuchichear ruidosamente. Mamá llega y coge el huesudo cuerpo del más cercano. El sonido del cachete provoca un murmullo de regocijo entre todos los otros en medio del crujido de los muelles de las camas y el roce de las mantas. «¡Te lo advertí!», dice ella. Se hace de nuevo la paz, y se anuncian las oraciones.

Los niños se sientan, algunos se levantan de la cama y se arrodillan junto a la puerta; los pequeños simplemente colocan el borde de las sábanas bajo la barbilla y escuchan complacidos. Me arrodillo en el rellano de la escalera y comienzo: «Jesús, María y José; Dios nos bendiga y nos guarde a todos seguros y sanos...» Sigue entonces la letanía de los nombres de cada uno, lista que ha ido alargándose con los años. Y después un Avemaría, la oración al Ángel de la guarda y un acto de contrición. Al final, la oración de San Ignacio: «Dar y no pedir el precio, trabajar y no buscar la paga...». Siempre merece la pena decir estas cosas”.

Fuente: Catholic.net

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