jueves, 5 de junio de 2014

La Humildad, virtud predilecta de Dios.


La virtud de la humildad es considerada la virtud de virtudes, la Joya de la corona, una virtud tan encantadora  y sublime que quien logra entenderla y trabajarla, se puede decir que alcanza una perfección tan superior que parece algo natural, quizá hasta común.

En muchas bibliografías, diccionarios o libros de formación humana podremos encontrar la definición de esta virtud, yo en lo personal, creo que hace falta elevar mucho más la definición y hago énfasis en exponer la virtud de la humildad del hombre y mujer de fe. Pues esta virtud es por encima de todas la que más agrada a Dios.


Esta joya como ya lo mencione, es la que más agrada a Dios, y eso me llevo a cuestionarme muchas veces sobre que hay en ella que tanto le agrada. “Que tendrá lo pequeño que a Dios tanto le agrada” y porque los que tienen esta virtud obtienen tanto de él.

Pues bien, creo lo siguiente, la humildad habla mucho de la nobleza del alma, de un alma transparente y cercana a lo esencial, de equilibrio y ecuanimidad y de sabiduría, pero una sabiduría divina, de un total control de sí pero dirigido por y para algo más grande; aprovechando esta palabra, esta virtud habla de grandeza, sí así es, de grandeza humana.

“Dichosos los humildes de corazón porque de ellos es el reino de los cielos”.
Si pensabas que ser humilde se relaciona con los bienes materiales, creo que no vas por buen camino, al menos no en esta definición de humildad, de la humildad cristiana.

 La humildad de corazón, la que es grata a Dios, en primer plano, es aquella que entiende la grandeza del ser humano sólo en la medida que él hombre entienda la grandeza de Dios, es decir, sólo si atribuye su grandeza, sus dones, su total existencia a ese Dios que por amor nos creó y nos ama al extremo, con esto quiero decir que “NADA ES MERITO, TODO ES GRACIA”, todo hasta lo más pequeño viene de él.

Por tanto, ser humilde significa, poner  a Dios en primer lugar en tu vida. Aceptar de él las bendiciones, las cuáles son muchas, pero también aceptar la cruz, los momentos de prueba, aceptarlos porque en su sabiduría lo permite, dejarte moldear por él  y aceptar lo que esto implica, darle todo el crédito y la confianza para aconsejar y tomar tus decisiones en base a su voluntad.

El ejemplo más grande de humildad lo podemos encontrar en su más bella Joya, la Virgen María, su humildad, virtud más apreciada por Dios radicó en esto, ella puso siempre en primer lugar a Dios, amó y aceptó su voluntad aunque esta no siempre fuera clara, y aunque no siempre fuera sencillo, fu fiel hasta el final a su palabra, pues confiaba en ella, aceptó la dicha y también aceptó la cruz, con amor y plena confianza,  y todo lo que ella es, lo atribuye a él, cuando dices María, ella dice Dios, te recomiendo meditar la oración del MAGNIFICAT, es la oración de humildad más grande que existe. En ella acepta que Dios es el que ha hecho maravillas en ella . Por ello la exaltó sobre todo lo creado.

La humildad  que le agrada a Dios por último, no radica en que te sientas perfecto, o que digas que no vales nada, la humildad verdadera viene de aquel que se sabe imperfecto, que se sabe pecador, pero que eso no lo empobrece, si no por el contrario, es aquella que dice, soy pecador, lo sé, pero Dios me perdona, el me purifica, el me engrandece, en él soy grande porque su misericordia es mayor que mis problemas y que mis pecados. Me caeré mil veces y me voy a levantar mil más porque todo lo puede en aquel que me fortalece.


En fin ser humilde es aceptar que todo viene de él y que todo lo puede con él, y sólo en él. Es por eso que la humildad es la virtud por excelencia, y es por más la que más agrada a Dios, pues es la única manera en la que puede obrar maravillas en ti.

Así que si quieres trabajar en ella, busca agradar en todo lo que haces, hasta en lo más pequeño de tus acciones y pensamientos a Dios, pide a la Virgen María que te ayude a cultivar la virtud tanto como ella y espera sólo de él la recompensa.

Autor: Myriam Orozco.

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